Aníbal Arboleda -un talentoso diseñador gráfico y apasionado acuarista- habitó por años las calles de Medellín y con el respaldo de la Administración Distrital se resocializó y pudo financiar sus estudios, demostrando que el apoyo institucional puede marcar la diferencia en la vida de las personas. Esta es su historia.
La vida de Aníbal dio un vuelco oscuro cuando se vio arrastrado a vivir en las calles de Medellín como consecuencia de una serie de desafíos personales: conflictos familiares, la muerte de su padre, una dolorosa ruptura amorosa y una pelea que terminó en la detonación de un arma de fuego hacia él por parte de su hermano mayor.
Las calles eran su hogar
Vivió dos años en las calles los cuales estuvieron marcados por la desesperación, la adicción y el rechazo, pero un día encontró refugio en el Centro de la ciudad, en el barrio Prado.
Mientras luchaba contra la oscuridad que lo rodeaba y deslumbrado por la libertad que se vive en el bajo mundo, pasaron unos largos días de su vida marcados por los desafíos de la supervivencia. Aníbal barría las calles de Prado y limpiaba la basura que sus compañeros habitantes de calle dejaban en el espacio que ocupaban. A raíz de esto, los vecinos se convirtieron en su salvavidas; en ocasiones ellos le brindaban un lugar para dormir, comida y dinero.
Resurgimiento en el proceso de resocialización
El camino hacia la resocialización comenzó cuando Aníbal se cansó de dormir en las aceras, de tener hambre, de pedir dinero y de sentirse rechazado ante los ojos de la sociedad. Buscó entonces ayuda en Centro Día, recibiendo servicios de atención básica como duchas, ropa en buen estado, alimentación y un lugar para dormir; dando inicio a un proceso transformador.
“En el Sistema de Atención para el Habitante de Calle, los terapeutas, los psicólogos, los educadores y hasta las señoras del aseo, están engranados, articulados entre ellos y por eso es que se puede hablar de que hay casos de éxito”.
Con determinación y apoyo, superó los desafíos del preproceso llegando así al programa de resocialización, en modalidad cerrada, en La Granja, ubicada en el corregimiento San Cristóbal. Allí su mente estuvo ocupada en actividades terapéuticas como talleres de música, arte, deportes y formaciones tecnológicas; además, su espíritu se fortaleció junto a otros en su misma situación.
“Cuando llegué a La Granja fue como llegar al paraíso. Ese lugar es muy bonito, es en una montaña. Yo iba haciendo mala cara, pero cuando vi bien como era, de una se me dibujó una sonrisa.”
El renacer
Emergiendo de La Granja, con una nueva perspectiva, Aníbal abrazó su segunda oportunidad con fervor. En este sitio, a cargo de la Secretaría de Inclusión Social y Familia de la Alcaldía de Medellín, conoció su pasión por la enfermería e inspirado por su experiencia en las calles, encontró un propósito renovado en ayudar a los demás. Su firme determinación y el apoyo inquebrantable de su familia lo llevaron a un camino de transformación física y espiritual.
“Cuando salí de allá, salí con trabajo. Volví al acuario y empecé a ahorrar muy juicioso para pagar mi carrera de enfermería.”
Todo esto fue posible gracias a su voluntad de querer dejar de habitar las calles, a su compromiso con el crecimiento continuo y a su firme creencia en que existe un futuro lleno de posibilidades. Su proceso duró tan solo siete meses, (normalmente dura alrededor de 12 meses) y la Administración Distrital de Medellín le pagó sus estudios de enfermería.
Ahora su visión es cada vez más alta, sueña con convertirse en un enfermero jefe y, quizás, incluso en un médico.
La historia de Aníbal es un recordatorio poderoso de que, en los momentos más oscuros, siempre hay esperanza de un nuevo comienzo. Su mensaje de perseverancia y fe en el potencial humano resuena como un faro de luz para aquellos que luchan por salir de las calles.
“Si se abraza el proceso con el corazón abierto, ningún obstáculo es insuperable y ningún sueño está fuera de nuestro alcance”.