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Manuel Calderón: “Me siento barcelonés pero no he tenido sensación de vivir en Cataluña”

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Alfredo Valenzuela I Sevilla, (EFE).- “En un descampado están todas las culpas, todas las injusticias”, escribe en “Descampados” (Tusquets) Manuel Calderón, novelista y veterano periodista cultural que ha dicho a EFE: “Siempre me he sentido barcelonés, pero no he tenido la sensación de vivir en Cataluña”.

“Nunca he tenido la sensación de vivir en un libro de historia. No sé un muniqués qué sensación tendrá de vivir Baviera. Se ha exagerado lo del hecho diferencial histórico, se ha abusado de él y se ha utilizado como arma política”, ha dicho el autor. Que nació en la provincia de Córdoba en 1957, reside en Madrid y llegó a Barcelona con su familia cuando era un adolescente.

Sobre el ‘procés’ ha señalado que fue “un verdadero tsunami, algo muy invasivo con lo que me encontré de repente, un hecho desmesurado en todos los sentidos, con manifestaciones de dos millones de personas, que para mucha gente pudo ser una virtud pero que para mí fue algo monstruoso, algo acéfalo, terrible”.

“En Europa no hay otro lugar que reúna tal número de personas, y habría que preguntarse qué quiere decir eso… (Elias) Canetti también escribió sobre esto, aterrorizado, en ‘Masa y poder'”, ha añadido Calderón, profesor del Máster de Periodismo Cultural de la San Pablo-CEU, crítico literario y que fue director del suplemento de libros “Caballo Verde”.

Descamapado urbano

El autor considera el descampado urbano como “un territorio muy común, no un espacio con identidad. Algo muy propio del desarrollismo”. Y ha recordado que cuando estaba escribiendo “Descampados” coincidieron dos hechos.

“La búsqueda de una identidad nacional, la necesidad de pertenecer a un país. A una nación con una historia -y las consecuencias que eso tuvo en 2017-. Y por otro lado la búsqueda de una identidad personal, de pertenecer a un colectivo, que si además se consideraba maltratado y humillado, mejor. Porque eso concede derechos por encima de los que son propios de la ciudadanía -y esto es algo propio de la época, no sólo de nuestro país-“.

La evocación poética, la memorialística, la reflexión, el relato autobiográfico, la crónica viajera. La devoción por un puñado de autores confluyen en “Descampados”, que desobedece cualquier género literario y que su autor define así.

“Era como una papelera a la que iba arrojando historias que no acababan de encontrar un lugar. Y que fueron conformando un territorio como el ‘trencadís’ gaudiniano. Ese sistema ornamental a base de pequeños trocitos que acaba conformando algo que, aún siendo irregular acaba siendo bello, bonito. Algo habitable frente al alicatado nacional”.

“Descampados”, según su autor, se fue construyendo de ese modo a lo largo de años “como un espacio de libertad muy grande. Sin estar sometido a la actualidad ni, como la novela, a un argumento que lo constriñera”.

También incluyó “lecturas que han ido dejando un verdadero poso, manejadas siempre desde la memoria”. Y alusiones a alguno de sus maestros, como José María Valverde, del que fue alumno.

El abandono de la Universidad

De Valverde recuerda “uno de los gestos más nobles, cuando dejó la cátedra, no en protesta, sino que abandonó la Universidad enviando un telegrama en latín que decía ‘sin estética no hay ética'” cuando fueron represaliados García Calvo, Aranguren y Tierno Galván.

También incluye citas de Lowry y de Engels que funcionan como bombas de relojería para con los convencionalismos hegemónicos del considerado pensamiento progresista y, en su prosa, no renuncia a las imágenes poéticas, porque no le encuentra sentido a la literatura “sin tensión poética”, y porque replica.

“Me interesa la pureza del lenguaje y el de ahora es cada vez mas burocrático, hablamos como sociólogos y empleamos palabras extrañas como ‘transversal’; prefiero la pureza del lenguaje que mantenía mi madre, un lenguaje no contaminado”.

El título de su libro obedece a la idea del descampado como “lugar de peligro, donde se arroja lo que se quiere mantener oculto; un lugar que tiene sus propias leyes que hay que conocer si se quiere transitar, como sucede con los grandes salones”, mientras que al tratar la emigración ha advertido que ha “rechazado de plano toda compasión”.

“Nunca oí a nadie decir ‘charnego’, como supongo que nadie dice ‘pied noir’ en Francia, son cosas que se dicen en privado. Los silencios escondían mucho más que las expresiones claras”. EFE

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