La Ley 1979 de 2019 estableció que el 10 de octubre de cada año es el Día del Veterano de la Fuerza Pública. Pero mucho más allá de la fecha, este es un homenaje a los veteranos de la Policía Nacional, Ejército Nacional, Fuerza Aérea y Armada Nacional que ya se retiraron y entregaron muchos años a una labor heroica, poniendo en riesgo su vida y dejando a sus seres queridos por servirle a la ciudadanía. Hoy ellos siguen ejerciendo importantes tareas en la sociedad.
En la Fuerza Pública hay héroes en el servicio activo y en el retiro. De acuerdo con la Ley 1979 de 2019, veteranos “son todos los miembros de la Fuerza Pública con asignación de retiro, pensionados por invalidez y quienes ostenten la distinción de reservista de honor. También, todos aquellos que hayan participado en nombre de la República de Colombia en conflictos internacionales. Así como aquellos miembros de la Fuerza Pública que sean víctimas en los términos del artículo 3º de la Ley 1448 de 2011, por hechos ocurridos en servicio activo y en razón en ocasión del mismo”.
La misma ley establece como Día del Veterano el 10 de octubre de cada año “en remembranza del 10 de octubre de 1821, día en que las tropas patriotas entraron a la ciudad de Cartagena para hacer efectiva la rendición del ejército español e izar por primera vez la bandera de Colombia en los diferentes baluartes y murallas de la ciudad”.
Por su parte, el Acuerdo 5 de 2024 del Concejo de Medellín “reconoce, rinde homenaje y otorga unos beneficios a los veteranos de la Fuerza Pública y sus núcleos familiares residentes en el Distrito de Medellín, de conformidad con lo establecido en la Ley 1979 de 2019”.
Este reportaje es un homenaje a los veteranos de la Fuerza Pública. Tomamos como ejemplos las historias de cuatro de ellos: uno de la Policía Nacional, uno del Ejército Nacional, uno de la Fuerza Aérea y otro de la Armada Nacional. Prestaron servicio activo durante más de 20 años, pusieron en riesgo la vida y dejaron a sus familiares por la labor en beneficio de la ciudadanía. Hoy, después de décadas de trabajo, siguen ejerciendo importantes tareas en la sociedad.
Policía: la sensibilidad social de Jairo Chaves
El trabajo de su padre como policía y su propia sensibilidad social fueron las motivaciones por las que Jairo Alberto Chaves Pulido se hizo policía. Tiene 47 años, es intendente jefe y desde octubre de 2019 está retirado. Fueron 26 años y dos meses en el servicio activo en la Policía Nacional.
Es el presidente del Comité Distrital del Veterano de Medellín, ente que agrupa a 28 de unas 32 organizaciones de veteranos, viudas y huérfanos de agentes de la Fuerza Pública que existen en la ciudad.
Este bogotano lleva más de 16 años en Antioquia, donde, según sus cálculos, hay más de 18 000 veteranos de la Fuerza Pública. Sus últimos 11 años de servicio activo los trabajó en la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá, enfocado en los componentes disciplinario y social.
Prestó servicio militar como auxiliar de Policía y se quedó en la institución. Se formó en Bogotá, en la antigua Escuela de Carabineros de Suba. Trabajó en la Metropolitana de Bogotá, en el Colegio de la Policía y el Centro Social de Agentes, también de la capital; en estaciones de varios municipios del Cesar y en la Dirección General de la institución.
Familia de policías
Es abogado especialista en derecho penal y licenciado en psicología y consejería familiar. Por su gran sensibilidad social, coordina las Fuerzas Especiales de Salvación en Antioquia y, en otros ámbitos, se enfoca en labores comunitarias, como la prevención del suicidio y la drogadicción y hasta “salvar matrimonios”, cuenta, con la consigna de “dejar huella sin pisar a nadie”.
Tiene cinco hermanos; cuatro hombres y una mujer. De los seis, incluyendo a Jairo Alberto, cuatro son policías. Sus padres viven en Bogotá y su esposa, Dalia Cantor, se dedica a las misiones con los indígenas wayús. Tiene dos hijos: Juan Esteban, de 23 años, estudia medicina veterinaria, e Isaac, de 15, cursa el grado 11 de bachillerato.
_ ¿Qué fue lo más difícil de su trabajo en la Policía?
_ “Uno se enmarca en hacer cumplir la ley, pero hay personas vulnerables. Por ejemplo, en desalojos, temas de espacio público, casos en los que cumplimos órdenes de jueces”.
_ ¿Y lo más gratificante?
_ “Dejar huella. Ver una sonrisa, el abrazo de un niño o de un anciano”.
“La mayoría de veteranos presta servicio en juntas de acción comunal, brigadas médicas y sociales. También quedamos como reserva activa para cuando el presidente de la República lo disponga”, explica Jairo.
Su proyecto es lograr la unidad de todos los veteranos y seguir mejorando la situación de este grupo, especialmente en campos como educación, vivienda y empleabilidad que, anota, son las principales necesidades.
Ejército: Iván Mesa, el ingeniero militar
En su infancia y adolescencia, Iván Mesa Coneo quiso ser policía. No obstante, se hizo soldado, estuvo 30 años, 6 meses y 13 días en el Ejército y se retiró como sargento mayor de comando.
Es de Acandí, en el Darién chocoano. Su papá, que ya murió, fue policía. “Tuve una niñez feliz, pero con muchas limitaciones económicas”, recuerda Iván, a quien le cambió la vida en 1985, a los 17 años, cuando una compañía del Batallón Pedro Nel Ospina llegó a su municipio y construyó una placa polideportiva. Él cursaba noveno y dijo: “Quiero ser un soldado del área de ingenieros militares”.
“Me encanta lo social. Yo veía que los ingenieros militares no cobraban. Quería construir escuelas, puentes, canchas, hospitales”, agrega ahora, a sus 56 años.
Un anuncio de TV
Se graduó de bachillerato y arrancó para Medellín, donde vivió en el barrio Castilla con una hermana. Una vez vio un anuncio en televisión que decía: “Hágase suboficial del Ejército”. Anotó los datos y al día siguiente se fue para la IV Brigada.
El primero de marzo de 1990 empezó su formación en la Escuela Militar de Suboficiales Sargento Inocencio Chincá, ubicada en el Fuerte Militar de Tolemaida, en Nilo (Cundinamarca).
Aunque casi siempre trabajó como ingeniero militar, también estuvo en unidades de combate. Prestó sus servicios en la Alta Guajira, San Vicente del Caguán (Caquetá), Pasto, Chocó. En el grupo de ingenieros militares se desempeñó como operador de terminadora de asfalto y especialista en búsqueda y manejo de artefactos explosivos.
En 2017 volvió a Medellín como asesor del comandante de la VII División; en 2019 vivió en Londres, integrando el equipo militar de la Embajada de Colombia ante el Gobierno de Reino Unido, y en 2020 pasó su retiro.
Participó en la pavimentación de la vía Apartadó (Antioquia) – Nueva Colonia (corregimiento de Turbo, Antioquia), en la de la pista del aeropuerto de Necoclí (Antioquia) y en la de la vía Baraya – Colombia (Huila). En la Brigada de Construcciones, además, laboró en el sur de Nariño y en Norte de Santander.
Lejos de la familia
Muchos viajes que le implicaron estar lejos de su familia. Eso fue lo más difícil de su paso por el Ejército: asegura que, mientras estuvo activo como militar, solo el 30 % del tiempo compartió con sus familiares.
Vive en Medellín con su esposa, Liliana Salazar; tiene tres hijos: Edilberto, de 31 años; Alejandra, de 28, y Andrea, de 26, y tres nietas.
Con orgullo expresa que lo más gratificante de su estancia en el Ejército fue que, como suboficial, llegó hasta lo más alto sin investigaciones ni sanciones administrativas, disciplinarias ni penales.
Es administrador en seguridad y salud ocupacional, especialista en gerencia de riesgos y está estudiando una maestría en innovación social y territorio.
Un capítulo muy doloroso de su vida es que fue desplazado por la violencia. En 2020 volvió a Acandí a visitar a familiares y amigos. “Nos amenazaron y tocó salir. Desde 2021, con una hija y una nieta, estamos en el registro de víctimas. Mi historia es la de miles de veteranos”, apunta.
Iván quiere que todas las reservas de Antioquia tengan una organización y sean ejemplo para el resto del país.
Fuerza Aérea: la memoria prodigiosa de José Ramírez
A sus 66 años, José Oswaldo Ramírez Montoya, técnico jefe (r) de la Fuerza Aérea, menciona el listado de sus compañeros de colegio con nombres completos, incluyendo los dos apellidos de cada uno, y los números de los cursos que estudiaban.
Su impresionante memoria se la atribuye a un curso de mnemotecnia que hizo en el bachillerato, en el colegio Salazar y Herrera de Medellín, con el profesor Reinel Ordóñez, de Popayán.
El parto en el que nació empezó en su casa en el barrio Aranjuez de Medellín, atendido por parteras, y terminó en la Clínica León XIII, ahora llamada Hospital Alma Máter de Antioquia, cerca de la Universidad de Antioquia.
Cuando tenía 12 años, un tío lo llevó al Aeropuerto Olaya Herrera y lo montó en un avión. Ahí quedó encantado con la aeronáutica.
Más adelante trabajó vendiendo mangos y empanadas, entre otros productos, hasta que ahorró 50 000 pesos. Con esa suma pagó su ingreso a la Fuerza Aérea, institución en la que estuvo de 1976 a 2004. “La plata no me alcanzó para ser oficial”, confiesa.
“Más de una llorada”
En la Fuerza Aérea se graduó en Madrid (Cundinamarca). Hizo una pasantía en el Comando Sur de Estados Unidos, trabajó en Villavicencio, en Melgar (Tolima) y Rionegro (Antioquia).
“Uno en los helicópteros le presta apoyo al Ejército contra grupos armados ilegales. Vi soldados caídos en acción, uno se pegaba más de una llorada”, expresa al recordar los momentos más tristes en su servicio activo. Y en cuanto a lo más gratificante, destaca todo el conocimiento adquirido y el contacto con la comunidad.
Tiene ocho hermanos, aunque de uno de ellos no sabe si está vivo. Otro de sus hermanos fue policía. Y tiene una hija, Elizabeth, que es matemática y además está estudiando ciencias de la computación.
“Mi política es servir”
José hizo una técnica en Estados Unidos en asesoría de habilidades profesionales. “Mi política es servir”, dice y cuenta que vive en Rionegro, donde se desempeña como boy scout. Desde los ocho años es boy scout; se salió mientras estuvo en la Fuerza Aérea y, tras el retiro de su labor como militar, retomó como scout.
Hoy es gerente de la Cooperativa Multiactiva Militares en Retiro de Antioquia (Coomirán) y presidente (e) de la Federación de Veteranos de la Fuerza Pública. En estos roles busca beneficios para los veteranos, sobre todo en empleabilidad, transporte y recreación.
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Armada: Jairo Mosquera conoció la Naval desde niño
Jairo Mosquera, jefe técnico (r) de la Armada, nació en Puerto Leguízamo (Putumayo), en la frontera con Perú, hace 74 años.
“Desde niño vi a la Naval”, relata. En su municipio hay una Base Naval y resulta que él nació en un hospital que funcionaba en un buque de la Armada en el río Putumayo y era el principal centro asistencial de la zona.
Entonces desde pequeño tuvo contacto con los barcos. Así, luego de que terminó segundo de bachillerato, viajó a Barranquilla para incorporarse a la Escuela Naval de Suboficiales. “Guillermo Valencia, esposo de una tía mía, pagó 400 pesos para mi ingreso a la Armada”, evoca Jairo.
Estudio y disciplina
“Lo más difícil de la Armada es el estudio”, afirma de manera categórica con su acento costeño, fruto de más de 40 años en el Caribe, especialmente en Cartagena, donde se graduó.
Además de Colombia, estudió en Cuba, Estados Unidos y Panamá y alcanzó el grado de jefe técnico, el máximo de la época para los suboficiales. Es inspector de unidades mayores de guerra y contramaestre que, en sus palabras, “es el típico marinero”. Desempeñó sus oficios como asesor de comando en maniobrabilidad y seguridad del barco.
Trabajó en Cartagena en el ARC (Armada de la República de Colombia) Almirante Padilla y el ARC Boyacá, en la Base Naval de Puerto Leguízamo. En 1968 estuvo en el desembarco en la isla de Malpelo, en el Pacífico colombiano, y sus últimos años de servicio activo los pasó como profesor militar en la Armada.
Recuerda particularmente que una vez, en una bahía de Nueva Escocia (Canadá), se cayó al mar a las 8:00 p. m., con una temperatura de 14 grados bajo cero. “Me succionó la hélice de un remolcador y me tiró a 10 metros de distancia”. Lo rescató un buque alemán. “Me dio un resfriado que no se me quitó en la vida”, agrega.
Con razón sentencia: “Para mí la Armada es todo”, y muestra las medallas y reconocimientos recibidos y su gorra insignia. Se retiró en 1987, tras 22 años en la institución.
La salud de los veteranos
Es tecnólogo en administración de empresas de economía solidaria. Está casado con María de los Ángeles Aguilar; tiene dos hijos: Cristian Alexis, de 50 años, y Bibian Elena, de 47, y dos nietos.
Su hijo ha tenido como parejas a dos antioqueñas y, en buena medida por eso, Jairo y su esposa visitaron el Valle de Aburrá, aquí se radicaron y viven en Sabaneta. “Me gustan el clima, la comida, el orden, el transporte público”, explica Jairo. Lo que sí cuestiona de la ciudad – región es la atención en salud para él y otros veteranos de las Fuerzas Militares. “En Cartagena a mí me atendían en hospital naval de tercer nivel. Aquí me conmovió ver soldados amputados por una loma (de Robledo)”, en busca de atención médica, comenta.
Uno de sus mayores intereses es la salud de los veteranos. Está terminando el cuarto periodo en el Consejo Superior de Salud de las Fuerzas Militares y de Policía y se retirará de él en junio de 2025, y es presidente de la Asociación de Usuarios del Dispensario Médico en Medellín.
Estas tareas actuales no le dan frutos económicos, pero sí muchos sentimentales, pues le gusta ayudar. “Sobre todo servirles al soldado y al policía, que son los más necesitados”, puntualiza.